No es una guerra, es una enfermedad
Ha muerto Pau Donés. De cáncer. Y se vuelve a repetir la misma frase de "perder la batalla". Discrepo, y mucho. Ni es una guerra ni somos soldados.
El cáncer es una de las principales causas de mortalidad en el mundo aunque gracias a los avances terapéuticos y de detección precoz las cifras son menores que años atrás. Pero cuando alguien muere a causa de esta enfermedad, se habla y se escribe en términos de lucha, de batalla y de valentía. Un lenguaje bélico que me traslada a una dicotomía incómoda de perdedores y vencedores.
No me equivoco demasiado si afirmo que, directa o indirectamente, todos los que estáis leyendo estas líneas lo habéis vivido. Los más, con un final feliz. Los menos, pero que pesan demasiado, con la muerte de una persona querida. Así que el término de "perder la batalla contra el cáncer" me molesta muchísimo. Entiendo que es un problema mío pero me niego a pensar en términos de derrota cuando pienso en mi amiga Laura, en mi tío Ángel, en mis compañeras Montse y Ana, o ahora en Pau. Me parece una absoluta falta de respeto y pone en evidencia, una vez más, el tipo de sociedad en la que vivimos donde dividimos a las personas y a las experiencias en triunfos y fracasos.
Cada ser a quien le diagnostican una enfermedad potencialmente mortal y que empieza un tratamiento para preservar su vida, se merece el mayor de los reconocimientos. Sea cual sea el desenlace. Sea cual sea su actitud. Tanto si decide hacer un cambio radical de hábitos como si adopta una actitud pasiva, o si se ve inmerso en la negatividad total.
Dentro del imaginario colectivo nos gusta hablar de héroes, de luchadores, de valientes... No sé si es porque ante el miedo que nos produce nuestra propia vulnerabilidad, nos aferramos a los superpoderes. Necesitamos creer que "el pelear" nos sacará de esa situación injusta. Puro instinto de supervivencia. Puedes sentarte al lado de un enfermo y empezar a decirle que ganará la batalla, que es un luchador, etcétera. Tal vez ayude, no digo que no. Por experiencia, diría, que se trata más de autoayuda porque se nos hace tan difícil mirar de frente a la posibilidad de la muerte, de la pérdida de un ser querido... que lo de las metáforas bélicas nos da una falsa sensación de seguridad.
Porque nosotros somos los buenos, y los buenos ganan las guerras. Al menos en los libros de historia y en las películas.
La verdad es que lo que funciona mejor en estos casos es el amor. Así que, ante la impotencia, tal vez estaría bien probar lo de sentarnos al lado del enfermo, en silencio, escucharle, cogerle la mano o lo que nos pida (él/ella o nuestro instinto).
Y si llegado el mal momento tenemos que pronunciar una despedida, que nuestro ejemplo sea Rosana y no Ramoncín. Él hablando de "un valiente que no se ha escondido" (exaltación de la testosterona) y ella escribiendo esta maravilla: "Sé que morir no es más que estar un tiempo fuera. Sé que vivir es entender que el cielo espera".
La relación que los occidentales tenemos con la muerte es complicada. En el muy recomendable libro El viaje al amor, Eduard Punset ya explica que seguimos "sin estar del todo reconciliados con la idea de que la creatividad individual y el poder de cruzar fronteras desconocidas tenga que ir aparejado con la muerte". Resulta que el hecho que seamos individuos únicos e irrepetibles y que podamos hacer y experimentar cosas increíbles, nos pasa esa factura. Si nos hubiésemos quedado en el estadio de las bacterias, que se clonan a sí mismas, no moriríamos nunca.
Mi bisabuela lo resumía en una frase brillante: "Donde está el cuerpo, está el peligro". Pero, cual existencia bactieril, la falta de consciencia sobre nuestra fecha de caducidad hace que muchos tengamos unos trabajos de mierda, o unas parejas de mierda, o unas aficiones de mierda, o todo junto. Como escribía Oscar Wilde, "vivir es lo más raro de este mundo, la mayoría de la gente existe, eso es todo".
Y así seguimos, en nuestra zona de inconfort a pesar de una pandemia mundial donde, como no, el lenguaje bélico también se ha impuesto entre los no-líderes políticos.
Un buen, e inspirador amigo, me argumentaba que detrás de la estrategia de crear una realidad de guerra está el objetivo de aglutinarnos como colectivo. Mi traducción sería que la finalidad es noquearnos en plan rebaño. Llamadme mal pensada. Además, la estrategia ha hecho aguas por muchas partes.
Evocando al gran Gila, por favor, que se ponga el enemigo que no tengo claro quién es. Se supone que el coronavirus pero después de algunos episodios vividos no sé si es el vecino que trabaja en un hospital, las feministas que se manifiestan o un gobierno que impide que los pijos de La Castellana sigan llenando sus arcas a tutiplén.
Bromas aparte, hago mías las palabras del historiador y escritor israelí, Yuval Noah Harari: "No es una guerra, es una crisis sanitaria. No necesitamos a expertos en matanzas, necesitamos a expertos en cuidados. No hay que elegir generales, hay que elegir sanitarios". Pues eso. Pero visto como avanza la desescalada y la llamada reconstrucción, me temo que las prioridades son las de siempre. Y tienen más que ver con los señores de guerra que con los del amor.
Propongo una fórmula alternativa. Ya sea para reducir la mortalidad del cáncer o de cualquier tipo de enfermedad, para evitar una pandemia, para tener una sociedad más justa... lo que necesitamos es ciencia y consciencia.
Salud amig@s (y nunca mejor dicho).
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