Vagones libres de ruido

Ni me interesa la música de tu móvil ni los vídeos de risa que te envían tus colegas, y mucho menos tus discusiones telefónicas con la familia


Mis primeros 45 minutos de un día laborable los paso en un vagón  de tren. Son los primeros 45 minutos de absoluta consciencia después que el café largo haya hecho efecto en mi cerebro. ¿Y qué me encuentro la mayoría de las veces? Pues, que no teniendo suficiente con una vida propia plagada de estrés, tengo que aguantar una ración extra gracias a los alaridos de conversaciones telefónicas ajenas o de audios de cualquier red social que me importan un pito.

No hay diferencia de edad ni de condición entre los especímenes que desconocen la existencia de los auriculares y te obligan a escuchar los grandes éxitos de Camela, el último episodio que se han descargado de Netflix, o todos los vídeos graciosillos que les han enviado en el grupo de familia del WhatsApp. Peor son los que tienen auriculares pero ponen al volumen a tope. Los miras esperanzados y cuando activan el cacharro, patapam, tus sueños de un trayecto tranquilo se van directamente a la... mierda. Y eso, queridos lectores, es crueldad.

Los molestadores en itinerancia tampoco tienen límites a la hora de invadir espacios físicos. Recuerdo que estoy más que harta de los que se tiran en el asiento, provocando una especie de terremoto en los colindantes. De los que se quitan o se ponen el abrigo como si fuera una especie de capa de superhéroe, poniendo en peligro tu integridad física. No te digo nada si el día es lluvioso y hay un paraguas por medio. Y si viajas muy temprano, o muy tarde, los que te confunden con una almohada.


La cosa empeora gracias al gran servicio de las compañías de cercanías que contribuyen al cambio climático con el calor humano que genera viajar como sardinas en las horas punta. Así que un vagón de tren es lo más parecido al salvaje oeste.

Hay días que soy capaz de dejar la desesperación a un lado y empatizo con los invasores. Pongo como ejemplo una tarde cualquiera. Para situaros, estoy en la estación Plaza Cataluña de Barcelona cuando coincido con una chica que ya viene hablando por el móvil. Seguirá a grito pelao hasta que se baje en Rubí. En un cálculo rápido, se pasará unos 40 minutos dándole a la sin hueso sin parar. No exagero.

Después de unos minutos iniciales de desconcierto, me queda claro que al otro lado de la línea hay un hermano con el que comparte sus sospechas de embarazo. Bueno, con él, y con todos los pasajeros del vagón. Explica como se ha engordado unos quilos, como se siente más cansada desde hace unas semanas, como madre y abuela le hacen comentarios sobre su posible estado... Y mi nivel de identificación va creciendo tanto que empiezo a pensar en los quilos de más que no me saco desde el verano, de lo vaga que estoy desde el cambio de hora... Entonces, mi compañera de asiento entra en más detalles: lo grandes y duras que tiene las tetas. ¡Esa sí que es una buena pista! Tanto, que me vienen unas ganas locas de manosearme los pechos para comprobar que los tengo como siempre.


Pensaréis que soy una exagerada. Tal vez, pero cuando escuchas en bucle la misma conversación durante 40 minutos, o le das un Predictor para salir de dudas o te sientes identificada con ella. También se me pasa por la cabeza el asesinato pero creo que alegar ruidos insoportables en el tren no te exime de cumplir condena.

Así que sólo veo una solución: extender a cercanías los vagones en silencio que ya existen en el AVE. ¿Qué son los vagones en silencio? Espacios donde los pasajeros se comprometen a:
  • no hablar por el móvil
  • utilizar auriculares con un volumen moderado para no molestar a los demás
  • silenciar todos los dispositivos electrónicos
  • tener conversaciones entre pasajeros cortas y en voz baja
Como bonus extra, te bajan la intensidad de la iluminación. Sólo puedo decir una cosa: ¡me encanta! Ya me imagino 45 minutos de meditación y llegar a la oficina con un espíritu tan zen que los correos tóxicos me la suden completamente.


Los vagones en silencio son muy habituales en los países nórdicos y en el centro de Europa. Como a continuación voy a hacer una propuesta de calado, que diría un político; no me voy a detener en las maravillas de mundo vikingo, ni de ninguno de sus ejemplares masculinos.

Aquí va el único punto de mi hipotético programa electoral: igual que nos liberamos del humo del tabaco en espacios públicos gracias a la ley anti-tabaco, liberémonos del ruido.

Michelle y yo, futuras lideresas del mundo

Mientras trabajo (o no) en esta propuesta de legislación, apuesto por instalar inhibidores de frecuencia y lo que haga falta para interrumpir todo tipo de comunicaciones. Las molestas y las que no lo son. Eso es lo que tienen las prohibiciones hechas así en general... que son como el caballo de Atila, arrasan con todo sin ningún tipo de miramiento.

De como me libro de los invasores físicos, más allá del kalashnikov no veo solución a corto plazo. Hablando de invasores... por si alguien tiene dudas, aclaro que no hay okupas en mi útero. Pero sí me continuo encontrando con pasajeros incómodos.

Quitaaaaa bichooooo


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